Estás
parado en el medio de la cancha de básquet de un colegio estatal ¿Qué hacés
ahí? Y ¿Por qué toda la gente está a tu alrededor? Una gran multitud formada
por jóvenes de guardapolvo y madres con carteras ridículas se habían colocado
alrededor de un especio delimitado por los niños más pequeños de la escuela,
pero… pero vos sos de los más chicos de la escuela, en teoría, vos deberías
estar ahí, con tus compañeros pero estás parado, casi en el medio, con todos
mirándote. ¿Y qué es eso que tenés en la mano? ¿Un certificado? ¿Un diploma?
¿Ganaste algo acaso?
A
tu espalda los parlantes amplifican la voz de una señora que termina de decir
tu nombre y hace un breve silencio para que la gente desborde su pasión en
aplausos y silbidos. Obviamente eso no pasa porque vos sos el primero en estar
ahí, parado en el medio de todos y como no te conoce nadie no te van a aplaudir
con fervor hasta que no estén sus propios hijos allí. Pero la verdad es que
mucho no parece importarte, estás perdido en las costuras del guardapolvo
blanco, en los abrojos mal abrochados de las sandalias, o en el patrón de
puntitos y rayitas que tiene cada baldosa. Con tus dedos recorrés el contorno
de un pedazo de papel o cartón que te dieron hace un rato, este gira y gira en
tus manos porque a vos te entretiene mucho sentir los bordes del papel una y
otra vez. Lo que no te preguntás es ¿Qué es ese papel? Probablemente sea un
premio, o una foto. En realidad te da igual, podría ser un certificado de
nacimiento o uno de defunción que la cosa no cambiaría, seguiría teniendo
bordes muy entretenidos para recorrer.
La segunda persona que la señora llama por
el micrófono es una niña de tu propio curso, le sonreís contento y ves como
ella mira al público y muestra su dentadura imperfecta a las cámaras; porque
claro, está plagado de cámaras de fotos, y flashes, y risas. Ahora le prestás
atención a los aplausos y te divierten un poco, de todas maneras, es mucho más
entretenido ver el cielo al final del gimnasio. Las palabras de la señora ya se
desdibujaron hace rato y ahora son varios los nenes que entraron y se
encuentran formados uno al lado del otro, a tu izquierda. Todos visten
guardapolvos blancos. La única de tu edad es la niña, los demás son más
grandes, y entienden más lo que está pasando, miran sus diplomas, sus
certificados, sus “no sé qué” con orgullo y sonríen como si estuvieran en una
coronación.
De repente, entre el bullicio y el ajetreo,
recordás uno de los últimos días de clase. Hubo una votación en tu aula y te eligieron
a vos como “Mejor compañero”. No importa por qué, ni te acordás seguro. Pero
seguro que esto tiene que ver. Pero bueno, también las profesoras te eligieron
como “Mejor alumno”, y no sabés muy bien qué significaba todo eso y qué
beneficios te podía traer pero no importa, algo ganaste. Te pusiste contento y
sonreíste frente a la gente. Por un rato, después te dio curiosidad otra cosa;
¿Por qué estamos Aldi y yo solos acá parados? ¿Qué se ganó Aldana? Y ahí es
cuando te arrepentís de no haberle prestado atención a la señora que aún no
había dejado de hablar. Te das vuelta y la ves, vestida de negro, con rulos y
frizz, la expresión dura en un sonrisa y las palabras vacías brotando de su
boca directo hacia el micrófono. Es en vano, ni te mira.
Volvés la vista al público y hasta ellos ya
están cansados de escuchar nombres y aplaudir, se les nota en la cara, pobres.
A vos te duelen un poco los pies así que empezás a tirar el peso hacia un pie
por un rato, luego al otro y así, tambaleando frente a todos. Estás en tu tarea
cuando, de la nada, se te ocurre una idea brillante, probablemente el haber
ganado esas votaciones tenga que ver con el hecho de que ahora esté sosteniendo
el papelito con cara al público. Con total naturalidad girás el papel y lo
mirás vos, dice algo de “Mejor…” pero no te das cuenta si es “…Compañero” o
“…Alumno”. No importa. Alguno de los dos es, debe ser el certificado que dice
que ganaste “mejor algo”.
La
que no ganó nada es Aldana, no sabés muy bien qué hace ahí, pero seguro que
ella debe tener el otro “Mejor algo”. Se lo habrán regalado, o por ahí ella te
lo da a vos después, total, a vos te da igual. A ella le gustan las fotos y
está contenta. No tiene caso que lo sigas pensando, ya es hora de cambiar el
peso del cuerpo hacia el otro pie. Mirás tus bermudas amarillas mientras
realizás la acción y la vista se te va, te volvés a perder en los patrones de
las baldosas y el certificado de algo vuelve a girar entre tus dedos. De manera
abrupta te saca del trance la música, agudizás el oído disimuladamente y
reconocés la canción que acaba de empezar, ponés una sonrisa grande en la cara
porque te la sabés y empezás contento: “Oid mortales, el grito sagrado,
libertad, libertad, libertad…”
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